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Lo único que saqué de mi cajón fue la paciencia, dejé una pila de papeles empuñados en frente de los llaveros y dejé también una silla que supongo esperará, arrimé junto a mi ''yo'' un espacio ya mayor, obviamente ya fuera del mueble, el que llamé salón, ahí me di por fin el lujo de ser yo durante horas: dibujé las paredes con mis monstruos, escribí los nombres de los seres que me hacían mal y subrayé ''conchatumadre'' con una sonrisa enorme, me saqué la ropa y colgué las zapatillas, el resto eran solo trapos que pensé en quemar, mas no lo hice, corrí casi 25 metros y me azoté literalmente contra la pared, me paré y la fiesta seguía, ahora era mi cabeza la que sangraba y yo, yo sonreía porque sentí que nunca antes había sido tan feliz, como cuando lloré en los brazos de una madre alguna vez, así de intenso. Pero en mi mente no podía ser posible un entremés o alguna especie de pausa, y fue ahí cuando lo comprendí, mi supuesto espacio no tenía ningun remoto parentesco con algún salón, mi espacio no cabía en ninguna pared, porque no era físico, mi espacio no era ni el norte ni el sur ni una bandera, ni siquiera era mi cuerpo, que (para mi asombro) tampoco era mi cuerpo. Algo explotó y supe que el amor era tan ingente que podía verlo desde el cosmos hacia abajo, como la ultima parte de los vidrios que saltaron en algun episodio de mi infancia cuando rompía las polcas del tata, radicado en la pupila de lo que fue un hombre que había dejado su cuerpo en la tierra, así de titánico fue el descubrir la vida, así de ilegible fue soñar la libertad.